viernes, 19 de junio de 2009


Cuando el Excmo. señor Mariscal de Campo O. Vicente Saldívar de Mendoza y Oñate, descendiente del Conquistador D. Cristóbal, Caballero de las Ordenes de Santiago y Alcántara, mandó construir su Palacio en la Plaza Mayor de esta ciudad, encargó la decoración de los amplios salones a un joven artista llamado Rafael de Santa Cruz., huérfano desde muy pequeñito y educado por los religiosos del Convento Franciscano de Guadalupe.

Entre los religiosos había un gran pintor español que se ocultaba bajo el humilde hábito de San Francisco, con el nombre de Fray Diego de la Concepción, a cuyo pincel se deben algunas de las más bellas pinturas que adornan dicho convento.

Viendo las aptitudes y la clara inteligencia del niño; Fray Diego e enseñó a pintar, quedando cada día más satisfecho del discípulo que supo aprovechar las enseñanzas de su sabio maestro.

Cuantos visitaban las obras del Palacio quedaban admirados del arte de Rafael y le prodigaban continuas alabanzas que el modesto joven recibía agradecido.

Entre sus admiradores estaba la hija del señor de. Mariscal, una bellísima doncella tan buena como hermosa. Luz era su nombre y era un símbolo, pues en sus ojos reflejaba la luz del cielo, en sus cabellos la luz del sol y ella misma llevaba la luz del alma del joven pintor, que amaba con todas sus fuerzas de su corazón de artista.

Y ella también, lo amaba, casi sin saberlo, se sentía atraída por su arte y su admiración que se trocó en un amor sin esperanza.

El 8 de septiembre, fecha fijada para la inauguración del Palacio, se acercaba y Rafael, no terminaba aún por lo que se puso a trabajar con frebil ansiedad aunque sabía que un vez terminado su trabajo dejaría de ver a su adorada, ella también lo sabía y pedía a Dios que la fecha no llegara.

De pronto la salud de Rafael se empezó a resentir, extraña opresión le obligaba a dejar el trabajo y salir a buscar aire puro, el ambiente enrarecido por las pinturas le causaba mareos y sus ojos cansados buscaban reposo.

Se iba a la galería encristalada, llena de plantas exóticas y pájaros de diversas clases, allí encontraba a Luz, que acompañada de una doncella iba diariamente al invernadero desde cuyos amplios ventanales se dominaba el Cerro de La Bufa.

La doncella se iba a regar las plantas y nuestros jóvenes departían felices sin pensar en el mañana.

Mas todo plazo se llega y las obras de Rafael dieron fin. Inmediatamente recibió espléndida recompensa por parte del señor Mariscal, muchos elogios y contratos de sus amigos que rehusó por el momento por sentirse agotado y la promesa de un eminente personaje de mandarlo a Italia a perfeccionar su arte.

Pero si esta promesa lo llenó de ilusión la mirada preñada de dolor y de reproche que vio en los ojos de Luz, le enfriaron el entusiasmo y no pensó más en el ambicioso viaje, sino en la manera de no dejar de ver a su amada.

Compró una casita en la calle que se formaba detrás del Palacio, quedando así frente a la galería donde había pasado horas tan felices al lado de su adorada Luz.

Por consejo de Fray Diego, consultó con un médico acerca del mal extraño que sentía y el doctor le habló francamente; su corazón estaba mal y sus pulmones también, la altura de esta barranca le era muy perjudicial para su mal cardíaco, tenía que irse a otra tierra más baja. Rafael no quiso oír más, antes que dejar de ver a Luz, prefería la muerte, después de todo era el único remedio a su amor sin esperanza.

Y se le presentó una magnífica ocasión. Una piadosa dama quería una imagen de Nta. Señora de la Luz, para regalarla al Convento de Guadalupe y fue a rogarle que la pintara, el accedió a pesar de la prohibición del médico.

La imagen de la Luz sería inmortalizada, y se consagró noche y día a su obra, sólo descansaba a la hora que su amada se presentaba en el ventanal de la galería desde donde lo contemplaba diariamente: a pesar de la distancia, a ella le parecía desmejorado, pero nada sabía acerca de la enfermedad que le aquejaba ni del trabajo que estaba emprendiendo.

Por fin la bellísima imagen quedó concluida, pero la vida del pintor también se extinguía, y tres días después de darle el último toque lo encontraron muerto al pie del caballete.

Luz extrañada de no verlo en el lugar habitual, mandó al cochero a que se informara y fue así como lo encontró.

La hermosa imagen está en uno de los cruceros del hoy Museo del Ex-Convento. El cuerpo de Rafael reposa en una de las criptas.